AgroMoll Tapa Superior

Historias de Pueblo. Hoy, Colonia Las Mojarritas y sus 38 años.

Guillermo Ibarra

En la temporada de verano del año 1978, con tan sólo ocho años, tuve la suerte de concurrir a una Colonia de Vacaciones que funcionaba en el Rotary, dirigida por los profesores Jorge «Chino» Cura y Abel Salvatto. Ese año, el año del mundial en nuestro país y el siguiente, fueron años maravillosos e inolvidables para mí y para toda una generación. Funcionó durante el verano una colonia, llamada «Colonia de Vacaciones Felices». Recuerdo a pesar de los años, que Abel nos llamaba para enseñarnos a nadar con un silbato y yo me creía con el derecho de no hacerle caso, tan sólo porque ya sabía nadar. El otro día, recordamos eso y muchas otras cosas con Abel y nos permitimos emocionarnos. Recuerda Abel, que concurrían entre 100 y 120 chicos.

Al año siguiente, más precisamente el 6 de enero de 1980, comenzaba a funcionar la Colonia de Vacaciones Las Mojarritas en el mismo lugar en donde se encuentra ahora. En ese entonces, Abel estaba haciendo planes de construir su casa y fue Chino quien quedó sólo con el proyecto de la Colonia.

Sin embargo, cuando Chino arrancó, Abel fue contratado para trabajar en la primer temporada.

Muchos de los que estamos hoy entre los 35 y los 55 años, pasamos días enteros en la colonia. Mejor dicho, pasamos la mejor etapa de nuestra vida en la colonia. ¿Cómo olvidar el momento en el que el colectivo de Horacio Ferzzola nos pasaba a buscar por las paradas ya establecidas, y con cara de dormidos, emprendíamos el viaje a «lo de Chino». Los tremendos partidos de fútbol, los partidos de voley, las carreras en la pileta grande. Y ojo, a esa sólo se metían los que «sabían». Y cuidadito con no meterse bajo la canillita de la ducha fría, después del fútbol y antes de meterse a la pileta. Algún presumido más de una vez, salió tosiendo de abajo del agua por hacerse el Tarzán en esa pileta grande. Y ahí estaba Chino, caminando por el borde, sacando los bichitos, echando cloro, jugando con nosotros, organizando las divertidísimas clases de baseball.

Y ni hablar de los campamentos, era lo mejor que nos podía pasar. Los esperábamos con ansias.

La búsqueda del tesoro, las prendas, los fogones. ¡¡¡Qué épocas por favor!!!

Cuando teníamos que volver a casa, nadie quería irse y algunos le pedíamos a Horacio cuando nos tocaba bajar, seguir unas cuadritas más hasta la próxima parada para pasear un rato más en el colectivo.

Hoy no lo entenderían los chicos. Es que no había celular, no había computadora, no todo el mundo tenía coche, ni pileta en su domicilio. Ir a Las Mojarritas era lo mejor que nos podía pasar. Mejor dicho, lo mejor que nos pasó.

Meterse a la pileta chiquita los días de frío porque estaba más calentita (muchos negaban hacerse pis ahí, pero lo dudo). Hay muchas anécdotas sobre el tema.

Quienes estuvieron allí en esa época recordarán a Chino venir cantando: ..¿Al pueblo de Cuba, le gusta la Pachanga? Sí Fidel; el mismo se contestaba.

Podría escribir horas de esto, que en realidad es mucho más lindo de lo que algunos de los que están leyendo hoy, lo creerán.

Mil nombres para mencionar y mil, seguramente olvidaré. Recuerdo a Gustavo Caro, al Pato Hansen, a César Notaristéfano, a César y Diego Freiría, a Marcelo Bernardini, que ayudaba en esa época a cuidar los chicos, a Hernán Pascual, a los mellizos Larregina (Román y Marcelo), a Mariana y Virginia Coseglia, a Emilio Giles, a todos los hermanos Minetti, a Gervasio Russo, a César Roldán, a Beatríz y Mariela Gimeno muy pero muy chiquitas, a Andrés y Lorena Galeotti, a Luciano y María Fernanda Notaristéfano, a Juan Eduardo Vigón, a María Amelia y María Victoria Hansen, al Oveja Amalfi, a Néstor y Adrián Rodríguez (un arquerazo en ese tiempo), a Daniel Andorno, a Fernando Roldán. Nos cuidaban en ese momento Betty Horcouripe y Nora Fraschini, y también algo después, Silvia Vega, el Pome, el gallego Cuesta.

Seguro como dije, me olvidé de muchos. Fuimos cientos de chicos felices que tuvimos la posibilidad de compartir momentos imborrables que ya no volverán.

Hoy, 38 años después, Chino sigue al pie del cañón, y ayer precisamente lo estuve visitando, observando esa hermosa quinta que mantiene el esplendor de entonces. Hubiese querido tener «aquella edad» y tratar de dar un mortal en el borde de la pileta para impresionar a alguien, aún a riesgo de romperme la cabeza.

Nos quedan los recuerdos, las anécdotas, los gritos, los partidos, las fotos y, la seguridad de poder compartir muchas anécdotas vividas con nuestros hijos que seguramente nos miraran sorprendidos.

Dejen por un rato la play, la tablet, la notebook y permítanse recordar cuan felices fuimos, cuando íbamos «a lo de Chino».

Sepan disculpar la calidad de las imágenes, pero algunas fotos tienen más de 30 años. Click para ampliarlas y verlas completas.

 

 

 

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