AgroMoll Tapa Superior

Letras. «Un escritor fallido». Por María Alicia Esain

Guillermo Ibarra

No todos los escritores completan su destino como tales. Algunos lo abandonan, otros, como el protagonista de esta historia, intentan desarrollar el oficio entre los tropiezos y vaivenes que la vida les va presentando, pero la fortuna, burlona, a veces dispone otra cosa. Alicia Esain narra con humor la comitrágica historia de Agenor, el escritor que no pudo, no supo, o simplemente se distrajo de su suerte literaria.

Agenor Pérez Afligido fue mi amigo. Ya no está en este plano. Debo dar a conocer su drama. Es mi deber hacia él.

Era hijo de un veterano de la Guerra Civil Española y de una enfermera oriunda de la mesopotámica provincia de Misiones. Le atraían por igual la jota y el chamamé. También la selva y la meseta castellana, por donde se veía caminando como el Cid, entre “sangre, sudor y hierro”.

Siendo muy joven fue llamado a Colombia. Un hermano de su padre, antiguo combatiente del sitio de Toledo, había muerto sin hijos, declarándolo único heredero de su cafetal.

Hacia allá fue, intrigado y feliz. ¿Podría aplicar sus conocimientos de contador, recién adquiridos? ¿Tendría tiempo para su pasión secreta, la escritura?

A poco de llegar, vio que los trámites legales que lo esperaban eran una telaraña. Lo compensaban el paisaje inigualable de la sierra colombiana y dos o tres mulatonas destinadas a su servicio. El solo hecho de contemplarlas ir y venir, le llenaba el corazón de pasión tropical.

Compró varios cuadernos de tapa dura de 200 hojas. En ellos y con la recién inventada birome, escribiría sobre sus sueños, sus ansias… ¡Sus posibles amores!

Pergeñó un texto lleno de pasión que fue hallado entre las pertenencias que Agenor dejara para siempre en un cajón de su mesa de noche, en la finca cafetalera, antes de volver a Buenos Aires. Nunca había sabido Agenor a cuál mulatona entregárselo… ¡Le gustaban todas! Además, no creyó en la calidad del texto. Es que empleaba el “voseo” en esa tierra de español dulce y correcto.

Decía lo siguiente, según trascendió meses después gracias a un mozo del cafetal que lo recitaba en la plaza del pueblo, al frescor de los oleandros:

A MI AMOR COLOMBIANO

¿Qué puedo compartir con vos, decime?

¿Un café mirándote a los ojos?

¿El sueño de un verano frente al mar?

¿La tarde de un domingo deshojado?

Si supiera que andás buscando todo eso,

soñaría cada noche y sin remedio,

con tus manos prendidas de las mías…

En este punto el mozo se detenía pues al parecer el el texto se ponía explícito y le daba vergüenza continuar, adivinando el rubor de las damas que tomaban el aire del atardecer plácidamente sentadas en los bancos.

No sé qué suerte habrá corrido Agenor con sus amables servidoras. Volvió solo a Argentina y se hizo cargo de la empresa familiar. Lo que sí comentó siempre fue que, en el trajín del regreso, perdió uno de los cuadernos donde había escrito una novela completa, en pleno verano de Colombia, en la galería umbrosa de la finca. Creímos que era solamente un delirio. Sin embargo, cuando yo era estudiante, Agenor comenzó a citar nombres: Macondo, Milagros la Bella, Amaranta, Úrsula, Aureliano Buendía…

A los pocos meses, vi en una librería de Buenos Aires, más precisamente en la calle Corrientes, un libro llamado “Cien años de soledad”. Me atrajo, lo compré. ¡¡Tres horas de micro hasta mi pueblo me permitieron descubrir que esa historia era la que mi amigo decía haber escrito!! Estaba firmada por un tal Gabriel García Márquez. Un audaz y un oportunista, sin dudas…

Se lo comenté a Agenor. No quiso ni ver el libro. “Nunca más escribiré una sola línea”, nos anunció.

Jamás volvió a Colombia. Vendió el cafetal a través de un banco. Cobró en moneda fuerte y se dedicó al placer. Fue experto en cabarets del centro y en milongas suburbana.  Al revés de Don Guido- el de Serrat y Machado- se fue de este valle de lágrimas con una satisfecha expresión de beatitud.

Extraído del portal digital «Noticias con enfoque» de la ciudad de Castelar. Gracias Ali.

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